"Viste una luz?", me preguntaron un par de
conocidos cuando salí de la cirugía. Todo oscuro, ninguna puta luz. Sólo
recuerdo primero estar potentemente drogado un par de horas antes, luego
ansioso por la demora del anestesiólogo que estaba finalizando otra
intervención cuando el efecto del primer narcótico se iba desvaneciendo en mí y
finalmente contando de diez para abajo a solicitud de los médicos y solo poder
haber llegado al nueve. Y entonces recuerdo aún a oscuras ya despertarme al día
siguiente por los ronquidos de la enfermera en la Unidad de Cuidados Intensivos
que cuando le pregunté si podía mover las piernas, de muy mal humor por
haberla despertado, me respondió que dejara de hablar pues me iba a
llenar de gases. Nueve horas en el quirófano, algunos minutos con el corazón
detenido pero no hubo luz. Creo que porque nunca morí. Esa muerte clínica que
le dicen por mi realmente no pasó. Yo sabía que me conectarían a una máquina de
circulación extracorpórea porque hasta videos en Youtube había mirado en los
días entre el infarto y la operación, sabía que detendrían mis latidos. Pero
también sabía que seguiría viviendo. Y porque estaba tan seguro?. Porque en
realidad ya antes había muerto. El doble by pass coronario no me iba a matar,
el infarto ya lo había hecho. Y mientras iba muriendo ese primer día y mi
esposa manejaba el auto e intentaba calmarme al mismo tiempo en dirección a
emergencias de la clínica San Pablo, ahí sí llegué a ver una luz. “Puta madre,
no me lleves, dame un día más”. Le dije a la puta luz. Irreverente yo porque la
luz es Dios. No me queda la menor duda. E irreverente porque se supone que a
Dios no hay que putearlo y mucho menos en esas condiciones tan desventajosas.
“Quiero quedarme, un día es lo único que te pido”. Y la luz permaneció
incólume. Como pensando si valía la pena darme el día. “Ale y Sebas están
chiquitos todavía”. Ni parpadeó siquiera, como se supone que debe ser Dios. Y
toda mi puta vida (ahora sí nada irreverente pues es la pura verdad) pasó
delante de mí. Y me acordé de la película American Beauty cuando matan a Kevin
Spacey y le resumen la vida en imágenes rápidas primero con su esposa y después
y hasta el final únicamente con su hija. A mí me pasó igualito. Pero Kevin
Spacey se quedó ahí nomás. Y yo no. Yo fui entubado, canalizado e inyectado y
la luz me concedió no sólo un día más pero varios. Cuando pasó el primero ya la
luz no estaba pero sabía que me seguía viendo. O me seguía escuchando al menos.
“Dije un día?”. Jugué con su memoria, irreverente nuevamente porque Dios todo
lo recuerda. “O un mes?”. Intenté vanamente comprar tiempo. La verdad es que el
post operatorio no fue vida. Literalmente se siente como si hubieras parado un
tren con el pecho. Y dura como todos los artículos médicos que me había comido
para intentar calmar mi aprensión mencionan, alrededor de un año. Y ahora que
ya comencé a vivir de nuevo me toca cumplir un año más y me acuerdo de mi
pedido original, de mi broma tonta luego de salir de la sala de operaciones,
del tiempo antes y del tiempo ya después y pienso en la luz nuevamente. “Lo
dejamos abierto mientras tanto?”. Bromeo otra vez casi sin convicción. “Total
hoy es mi cumpleaños, es como si fuera un regalo”. No oigo respuesta pero
siento complicidad. Nuevamente como debe ser Dios. Happy Birthday to me.
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