Yo creo que cuando Arguedas escribió su novela el zorro de
arriba y el zorro de abajo ya sabía que iba a morir. Yo la leí muy joven y como
las otras cinco de él, me conmovió. Aunque debo decir que esta fue la que más.
Quizás porque yo también ya sabía que no la terminó porque decidió primero
terminar con su vida. Quizás por la paradoja de que el zorro de arriba, el de
la sierra, fuese el que en la jerarquía social peruana estuviera abajo. Quizás
por sentir que en realidad todos los peruanos fuésemos zorros sin importar de
donde viniésemos. Lo cierto es que cuando ahora me entero de que Arguedas
también sentía un conflicto profundo como sus ríos por su raza, por ser un
serrano blanco, por amar tanto al indio que le dedicó su vida doctorándose en
etnología, siendo el representante principal de la corriente literaria del
indigenismo, me pregunto si esta paradoja nuevamente honda pues nuestra cultura
nunca tuvo escritura, fue una de las razones por la que nos volvimos todos
zorros, desconfiados, aislados, taimados incluso diría.
Hoy que nos toca por primera vez en mi conciencia un gobierno de zorros de arriba, que por primera vez en mi conciencia los demás zorros nos cansamos de los de abajo, ocurre que el más alto representante de estos zorros es tal cual, taimado tanto que no se le ve, mudo tanto que no se le oye, desubicado que para delinquir se oculta, en su ámbito de Breña. Solitario como todos los demás zorros del congreso, de arriba como de abajo, que se muerden unos con otros, que sólo piensan en ellos, que sobreviven de la forma más polvorosa y sucia posible. Hoy más que nunca termino de entender porque te mataste José María.